
En una de las zonas más remotas de la Isla Norte de Nueva Zelanda (en maorú Te Ika ā Maui, ‘El Pez de Maui’) existe una familia maorí de unos 20.000 integrantes que desciende directamente de Manuel José de Frutos, un comerciante segoviano que llegó a la isla en torno a 1835.
La saga de los maoríes españoles
El periplo de Manuel José de Frutos comienza en 1811, en una localidad segoviana llamada Valverde del Majano (algo más de 1.000 habitantes). El joven pelirrojo decidió dejarlo todo atrás y aventurarse rumbo a Sudamérica debido a una severa recesión económica en la región. Llegó a Perú en torno a 1833 y desde allí se embarcó en el ballenero inglés “Elisabeth”. El ballenero atravesó el Pacífico y arribó en Aotearoa, que así es cómo llaman los maoríes a Nueva Zelanda y que significa, literalmente, “la tierra de la larga nube blanca”.
Pisó por primera vez Port Awanui en torno a 1835, y allí empezó a entablar amistad con la tribu Ngati Porou, qué es la segunda mayor tribu del país.
El talento para el comercio y el encanto del Manuel José le proporcionó renombre y fortuna. Y como cualquier español digno de tal nombre, hizo lo que habría hecho cualquiera en su situación: engendrar mestizos.
Contrajo matrimonio con cinco mujeres Ngati Porou: Tapita, Kataraina, Mihita Heke, Urahana y Maraea. Tuvo 9 hijos con ellas. Y estos -a su vez- tuvieron 41. Los que tuvieron otros 299. Eso ocurrió hace casi dos siglos. Hoy el clan de los Paniora (o “españoles” en maorí) tiene unos 20.000 integrantes. Lo que la convierte en la familia más grande de Nueva Zelanda. Todos ellos descendientes de Manuel José de Frutos.
“Whakapapa”
Un proverbio maorí reza: “Sólo al conocer tu genealogía puedes clavar tu lanza en la tierra y tener un futuro”.
Los Paniora desconocían el origen exacto de su ancestro. Es importante aclarar que estar en contacto con las tierras de tus ancestros es un elemento fundamental en la tradición maorí. Los maoríes se ven a sí mismos cómo un pequeño eslabón en una cadena infinita que les conecta con su pasado, con su tribu, con su familia y con su tierra. Esto es lo que conocen como “whakapapa”.
De ahí que averiguar cuál era el origen de su abuelo era una parte esencial para la construcción de su propia identidad. Y desconocer el germen de su larga línea genealógica constituía toda una crisis de identidad, que llevaba -incluso- a la vergüenza.
Pero Manuel José únicamente dejó un olivo que plantó hace más de 150 años, anécdotas sobre una tierra lejana llamada Segovia y muchas preguntas sin responder.
En 1980, el historiador Bob McConnell y su mujer Vivienne (una de las descendientes directas de Manuel José), comenzaron el arduo trabajo de dejar por escrito todo aquello que conocían sobre su saga, para que sus hijos no tuvieran el mismo problema y para que su historia no se perdiera en el tiempo. Todas aquellas historias del pasado acabaron conformando un libro, “Ramas de Olivo”.
En su prólogo se puede leer:
“Aunque descendientes de cinco mujeres,
los lazos de esta familia son fuertes,
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20.000 maoríes celebran el Día de la Hispanidad
Un joven segoviano llegó a las costas de Nueva Zelanda en 1835. Más de 185 años después, sus descendientes siguen celebrando su herencia hispana
Los Paniura, la familia maorí más grande de Nueva Zelanda, conserva y celebra su herencia hispánicaFOTO: LA RAZÓN (CUSTOM CREDIT)
ÁLVARO GÓMEZ-CHAPARRO
CREADA.12-10-2021 | 16:49 H
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ÚLTIMA ACTUALIZACIÓN.12-10-2021 | 18:15 H
En una de las zonas más remotas de la Isla Norte de Nueva Zelanda (en maorú Te Ika ā Maui, ‘El Pez de Maui’) existe una familia maorí de unos 20.000 integrantes que desciende directamente de Manuel José de Frutos, un comerciante segoviano que llegó a la isla en torno a 1835.
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La saga de los maoríes españoles
El periplo de Manuel José de Frutos comienza en 1811, en una localidad segoviana llamada Valverde del Majano (algo más de 1.000 habitantes). El joven pelirrojo decidió dejarlo todo atrás y aventurarse rumbo a Sudamérica debido a una severa recesión económica en la región. Llegó a Perú en torno a 1833 y desde allí se embarcó en el ballenero inglés “Elisabeth”. El ballenero atravesó el Pacífico y arribó en Aotearoa, que así es cómo llaman los maoríes a Nueva Zelanda y que significa, literalmente, “la tierra de la larga nube blanca”.
Pisó por primera vez Port Awanui en torno a 1835, y allí empezó a entablar amistad con la tribu Ngati Porou, qué es la segunda mayor tribu del país.
Según la leyenda, contada por uno de sus descendientes, Morehu Te Maro (conocido por todos como Boyse), Manuel José llegó en un barco ballenero y bajo a tierra mientras la nave reabastecía. En la playa de Port Awanui vio a varias doncellas maoríes recolectando mariscos desnudas. Se quedó encandilado … y no le quedó más remedio que quedarse.
Ballenero frente a las aguas de la Isla Norte de Nueva Zelanda FOTO: LA RAZÓN (CUSTOM CREDIT)
Sus compañeros de faena se preocuparon cuando no regresó al barco, así que solicitaron la ayuda de una guarnición británica local para buscarlo. “Buscaron por todas partes”, dice Boyse. “Pero había un lugar en el que ningún caballero iba a mirar. ¡Manuel José se estaba refugiando bajo la gran falda de una de las mujeres maoríes!”
“¿Quién no querría quedarse después de aquella experiencia?”, pregunta Boyse.
El talento para el comercio y el encanto del Manuel José le proporcionó renombre y fortuna. Y como cualquier español digno de tal nombre, hizo lo que habría hecho cualquiera en su situación: engendrar mestizos.
Contrajo matrimonio con cinco mujeres Ngati Porou: Tapita, Kataraina, Mihita Heke, Urahana y Maraea. Tuvo 9 hijos con ellas. Y estos -a su vez- tuvieron 41. Los que tuvieron otros 299. Eso ocurrió hace casi dos siglos. Hoy el clan de los Paniora (o “españoles” en maorí) tiene unos 20.000 integrantes. Lo que la convierte en la familia más grande de Nueva Zelanda. Todos ellos descendientes de Manuel José de Frutos.
“Whakapapa”
Un proverbio maorí reza: “Sólo al conocer tu genealogía puedes clavar tu lanza en la tierra y tener un futuro”.
Los Paniora desconocían el origen exacto de su ancestro. Es importante aclarar que estar en contacto con las tierras de tus ancestros es un elemento fundamental en la tradición maorí. Los maoríes se ven a sí mismos cómo un pequeño eslabón en una cadena infinita que les conecta con su pasado, con su tribu, con su familia y con su tierra. Esto es lo que conocen como “whakapapa”.
De ahí que averiguar cuál era el origen de su abuelo era una parte esencial para la construcción de su propia identidad. Y desconocer el germen de su larga línea genealógica constituía toda una crisis de identidad, que llevaba -incluso- a la vergüenza.
Pero Manuel José únicamente dejó un olivo que plantó hace más de 150 años, anécdotas sobre una tierra lejana llamada Segovia y muchas preguntas sin responder.
En 1980, el historiador Bob McConnell y su mujer Vivienne (una de las descendientes directas de Manuel José), comenzaron el arduo trabajo de dejar por escrito todo aquello que conocían sobre su saga, para que sus hijos no tuvieran el mismo problema y para que su historia no se perdiera en el tiempo. Todas aquellas historias del pasado acabaron conformando un libro, “Ramas de Olivo”.
En su prólogo se puede leer:
“Aunque descendientes de cinco mujeres,
los lazos de esta familia son fuertes,
la sangre española que les diste,
les da un lazo común.
Pero tú todavía permaneces en las sombras,
un español sin pasado,
un vínculo en Awa Nui,
es donde tu olivo permanece firme”
A pesar del enorme agujero en su whakapapa, los Paniora siempre han estado orgullosos de su herencia hispánica. En 1981 decidieron organizar un reencuentro familiar para celebrarla.
Alrededor de 4.000 miembros de la familia de toda Nueva Zelanda acudieron a la cita en el pequeño pueblo costero de Tikitiki, dónde montaron toda una fiesta al más puro estilo español.
Una cabalgata de carrozas decoradas con algún motivo remotamente español, tortilla de patatas, un encierro con unos bueyes que no parecían demasiado interesados en perseguir a nadie y un baile donde todos se vestían con trajes al estilo sevillano o -en su defecto- con ponchos peruanos y sombreros mexicanos.
No se trataba de ser fieles con la tradición española, sino -simplemente- celebrarla.